(Publicado en el periódico RedSL el 6 de septiembre de 2017 http://www.redsl.mx/index.php/editorial )
No termino de entender por qué tanto alboroto al respecto de la adopción por parte de parejas o individuos del mismo sexo, si, de por sí la adopción en México es un logro casi sobrenatural para cualquier persona o pareja que lo intente.
Comencemos por el comienzo: Vamos a suponer que usté y yo, queremos adoptar.
Para hacerlo legalmente, deberemos acudir a las Oficinas de Adopciones del DIF de nuestra localidad (o la más cercana que corresponda a nuestro estado, porque no siempre hay alguna a la mano) y probablemente tener una primera entrevista con alguien del personal calificado que ahí labora para que, si logramos convencerle de que nuestros motivos son válidos, nos entregue una solicitud que deberemos llenar y entregar, a partir de lo cual contarán los días (60 en algunos casos, 90 y hasta 100, dependiendo de la localidad), para entregar una bonita carpeta llena de requisitos.
En cada entidad, los requisitos varían, pero pedirán cosas tan obvias como acta de nacimiento, comprobante de domicilio actualizados, identificación oficial de cada quién, cartas de recomendación firmadas por personas “moralmente solventes”, carta/constancia de trabajo, comprobantes de ingresos, cartas firmadas por la familia cercana diciendo que están de acuerdo en que haya la adopción, actas de defunción original de los familiares cercanos que ya no estén, carta de motivos, biografía “extensa y detallada”, fotografías de la casa, fotografías familiares, carta de no-antecedentes penales, constancia médica de que no se puede tener hijos de manera natural, constancia de asistencia a cursos sobre crianza y adopción, y otras muchas monerías que cada estado describe en su reglamentación, como por ejemplo, certificado de salud mental elaborado por instituciones psiquiátricas específicas.
Parecerán requisitos sencillos, pero si queremos triunfar en nuestro intento, deberemos ser cuidadosos en cada detalle, porque “todo es analizable e interpretable”. En algunos casos, al entregar la documentación nos darán una constancia de recibido, en otros no, y eso es de contentillo.
Una vez entregada la carpeta, haremos cita para entrar a la batalla: las pruebas psicológicas que definirán si somos aptos para la crianza, entrevistas para cotejar los datos de las cartas y biografías entregadas con anterioridad y las repuestas que cada quién dé en las mismas entrevistas, y la visita de Trabajo Social, quien se encargará de evaluar si nuestra casa corresponde a la idea que se tiene de un hogar.
Terminar estos procesos, puede tardar desde un par, hasta siete meses, siendo consistentes. De ahí, sigue la peor parte: la espera.
Aunque casi siempre nos dirán “nosotros le llamamos”, es menester estar llamando con cierta regularidad porque será una manera de demostrar interés, ya que al parecer, es necesario que el profundo deseo de formar una familia, se convierta en una auténtica obsesión.
De aquí, los resultados serán evaluados por un Consejo Técnico de Adopciones, cuya composición es casi un secreto, y dependerán en gran parte del juicio y creencias personales de sus miembros.
Obviamente, dependiendo del sapo, es la pedrada, es decir, la gran mayoría de las parejas y personas que emprenden la tarea de adoptar (que no son tantas como creemos, por cierto), solicitarán bebés recién nacidos, de 0 a 6 meses de edad, un número menor solicitará criaturas de hasta tres años, alguna por ahí, hasta los 7 y de ahí en adelante, prácticamente nadie solicita niños de mayor edad, por aquello de que “ya estén maleados”, y si se trata de hermanos (que deberán venir “en paquete” necesariamente), menos aún. Con ello, la probabilidad de éxito, es casi nula.
Sin embargo, todos los días nos topamos con cientos o miles de niños que son explotados, viven en condiciones de extrema pobreza, en situación de abandono y/o son maltratados, y seguro nos hemos preguntado, ¿no hay quien adopte a estos niños?
La situación es complicada gracias a las leyes y tratados internacionales existentes y se vuelve más difícil cuando tiene que pasar a través del tamiz de la burocracia:
Todos los niños tienen derecho a tener una familia, y la ley define familia, en principio, como consanguineidad: mientras haya algún pariente que se haga cargo de ellos, lo ideal es que se queden ahí, aunque no haya las condiciones ideales para su educación y desarrollo, gracias al mentado “interés superior del niño y de la niña”, por lo que en Estado “no puede” (y no siempre quiere) retirar a estos niños de sus ambientes familiares, obviando muchas veces el franco deterioro educativo y social que experimentan.
En casos extremos, el Estado retirará a dichos niños de sus familias nucleares, y para ello, es necesario que algún buen vecino presente la denuncia y tenga pruebas suficientes (además, claro, de estar dispuesto a enfrentar las posibles agresiones de las familias afectadas), ya que el Estado no está facultado para hacerlo directamente.
Una vez que los niños estén bajo la custodia del Estado, deberá emprenderse un juicio contra la familia de origen y la búsqueda de parientes consanguíneos que puedan (o medio puedan) hacerse cargo de ellos. Si esto no ocurre, el Estado se convertirá en su tutor y habrá otra serie de trámites burocráticos para poder “liberar jurídicamente” a dichos niños y que estén en posibilidades de ser adoptados (en caso de que haya candidatos considerados idóneos para ello).
Mientras tanto, permanecerán albergados hasta que, si no resuelven el papeleo a tiempo, cumplan la mayoría de edad.
Los albergues suelen ser espacios más o menos adecuados (dependiendo de la entidad o la institución de que se trate), donde se les dará comida, techo, ropa, instrucción escolar y en su caso, atención psicológica profesional, pero hasta ahí. Todo será un juego “de cuates”, porque quienes atienden estos lugares, no suelen (ni deben) involucrarse afectivamente con ellos.
Obviamente se cuentan muchas historias de terror alrededor de estos centros, pero eso será motivo de otro artículo.
La cereza del pastel está en que la adopción para los niños es un derecho, pero para los adultos no: nuestro derecho (y no de todos), se limita a iniciar el trámite y el resto, dependerá de las buenas conciencias de los (a veces muy bien preparados) tomadores de decisiones. Ellos basarán su resolución en sus conocimientos, su (personal) sentido de justicia y su gran sentido de la moral, que a veces es tan grande, que podrían tenerla doble.
Con todo esto, ¿realmente nos quedarán, ya no ganas, sino fuerzas para adoptar?
¿Cuál es la preocupación del Estado porque quien que haya pasado todas esas pruebas sean dos personas del mismo sexo o alguien con orientación sexual hacia su mismo sexo?
Los procuradores argumentan que si los niños son adoptados por parejas homosexuales, están condenados a ser discriminados, y entonces, ¿dónde queda la labor de los Consejos para Prevenir la discriminación y las labores educativas de las Comisiones de Derechos Humanos?
Se necesita mucho; mucho más que un simple deseo de formar una familia para pasar todas las pruebas y resultar idóneo, cualquiera que sea nuestra orientación sexual, y si alguien ya las superó, ¡pues que, sin prejuicios ni golpes de pecho, se le considere y se le permita adoptar!
Desafortunadamente, muchos niños se quedan albergados en su jaulita de cristal hasta su mayoría de edad, y luego salen a la calle sin las habilidades sociales necesarias y entonces, ¿quién les hará sentir arropados?
La respuesta obvia es: se acercarán a la primera persona o grupo que, desde su falta de experiencia, les haga sentir seguros.
“El futuro de los niños es siempre hoy. Mañana será tarde.”
Gabriela Mistral
Con información de:
http://wradio.com.mx/programa/2017/02/22/en_buena_onda/1487720217_105519.html
Los Puntos de la Mariquita 