(Publicado en el periódico RedSL el 2 de octubre de 2017 http://www.redsl.mx/index.php/editorial )
Sobra recordar que el 2 de octubre tuvo lugar la masacre de estudiantes reunidos en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco en 1968. No creo equivocarme al afirmar que la gran mayoría de las personas sabemos algo sobre el tema, pero al pasar del tiempo se ha vuelto una fecha que mucha gente ha preferido evadir, pero que no debemos olvidar porque representa una realidad que hemos vivimos entonces, que seguimos padeciendo y que seguirá sucediendo en tanto no provoquemos cambios de fondo, porque no es sólo la masacre del 68 sino todas las demás masacres: Acteal, los 43, los más de 100 mil muertos y desaparecidos y otras muchas masacres más que en nuestro país se relatan, pero poco se cuentan.
Hemos llegado a un punto en el que necesitamos cambios: en el país, en nuestra manera de hacer las cosas, de relacionarnos con los demás, de plantear nuestro rumbo, de crear un futuro que nos de certeza y dignidad.
Es importante recordar cómo en este último terremoto, trataron a la gente, cómo sitiaron los lugares, cómo trataron a los deudos y reprimieron a las personas, cómo bloquearon, desviaron o acapararon la ayuda, y esto no es un asunto meramente político, sino un asunto social que no podemos permitir que vuelva a suceder, que vuelva a haber impunidad, que vuelva a haber tanta corrupción como la que estamos viviendo y que venimos arrastrando hace tantos años.
Arrastramos la tristeza, arrastramos la soledad y arrastramos la incertidumbre, como si nos robaran la tranquilidad para arrancarnos la identidad, nuestra cultura, para evitar que seamos quienes somos, para no permitirnos despegar y llegar a ser todo lo que podemos ser en este enorme país que amalgama culturas, formas y colores.
Estamos generando una nación de tristeza porque venimos arrastrando el dolor y la pena por tantas personas desaparecidas o muertas de las cuales cada uno de nosotros conoce al menos a una. También arrastramos el miedo de vivir en un país donde la gente desaparece y muere bajo un sello de impunidad.
Somos seres sociales por naturaleza. Difícilmente podríamos sobrevivir como seres aislados, y por ello vivimos en comunidad y ello debería brindarnos cobijo, arropo, protección, convivencia, creatividad, bienestar, la posibilidad de ser pacíficos y amigables, pero parecería ser que nos hemos convertido en todo lo contrario: una sociedad mezquina que pisa al de junto, que corre y empuja para entrar primero, que todo lo resuelve por medio de mordidas. Una sociedad que juzga, critica y condena, pero no propone; que desprecia a quien no tiene y a quien es diferente y que va perdiendo la capacidad de llorar a sus muertos porque ya son demasiados; y todo producido por un abuso de poder, porque hemos perdido el interés de hacernos de nuestras cosas de buena manera, y nos es más fácil quitárselo al otro.
¿Qué hubiera pasado si hubiéramos hecho caso de las alertas que recibimos por parte de los estudiantes en aquel 1968? ¿Qué pasaría si no permitiéramos tanta represión? Porque fundamentalmente esa represión ha ido creciendo y se ha convertido en un “modus vivendi” y si eso pasa porque lo hemos permitido, porque no hemos exigido lo suficiente que se nos respete, porque hemos olvidado que el gobierno debería trabajar para nosotros y no nosotros para ellos.
Es increíble que después de todos estos años, nuestros gobernantes siguen justificando las muertes y las masacres bajo el argumento de que los jóvenes son “sólo una bola de revoltosos”, igual que se culpan a las mujeres por ser violadas y asesinadas.
Es curioso que cada vez que somos amenazados por alguna masacre, hacemos lo contrario a lo que deberíamos hacer: hay que entender que la comunidad está para protegernos, ese es su sentido original, por tanto ante una amenaza, la comunidad entera debería salir en nuestra defensa; a protegernos, pero no: nos ha resultado más cómodo quedarnos como estamos mientras la casa del vecino se desmorona, al cabo que es su casa y no la nuestra.
Si bien no fue la primera masacre en el país, la del 2 de octubre del 68 no se olvida: los jóvenes no lo olvidan (ni algunos que ya somos más mayorcitos): ha ido pasando como consigna de generación en generación, y se miró claramente en la catástrofe reciente de el 19 de septiembre, donde fueron los jóvenes quienes se lanzaron a las calles a salvar la situación, exactamente igual que en el terremoto del 85 y tan tiene fuerza la juventud, que tuvo que salir el ejército a “poner orden” (que no a hacer el trabajo, ese lo siguieron haciendo los jóvenes, pero bajo “la batuta”, y la mirada represora de las fuerzas armadas (¿Realmente necesitaban ir armados a hacer labores de rescate?)
Por supuesto que el gobierno tiene miedo de los jóvenes: si no fuera así, no habría represión. El problema es que conforme vamos creciendo, nos vamos conformando, pero no es casualidad que lo que exigían en esencia los jóvenes en el 68 es básicamente lo mismo que exigen ahora y han pasado casi 50 años.
Las exigencias no han cambiado: tan sólo se han acumulado eventos al transcurrir el tiempo. Esta es la importancia de tener memoria y la razón por la que no podemos dejar que esa memoria se borra, por mucho estatus-quo que hayamos conseguido. Ningún ser humano que se considere como tal, puede permitir que este estatus le convierta en un ser egoísta que mire sólo por lo suyo, y los demás que se jodan.
Pero no todos los jóvenes son seres conscientes. Resulta preocupante cómo a partir del desarrollo de la tecnología, el status-quo de conformismo ha permeado también en algunos de ellos, y un ejemplo son los youtubers, que se vuelven ejemplos a seguir, no porque tengan alguna propuesta, no porque generen ninguna conciencia, sino porque ganan mucho dinero, y para muchos, el dinero es la medida del éxito.
Hay que generar cambios, y hay que hacerlo ya, aunque no alcancemos a ver los frutos de ello. No podemos esperar que los cambios se generen porque el gobierno o los partidos políticos propicien porque es claro que si no ha pasado, no sucederá jamás. Debemos darnos a la tarea de provocar esos cambios nosotros, los ciudadanos, todos, proponiendo, decidiendo, experimentando el nuevo rumbo que queremos que tomen las cosas.
No se trata de provocar llamados a la sublevación: más bien de hacer un llamado a crear conciencia.
¿Qué es lo que no debemos olvidar del movimiento del 68?
Lo importante de esa fecha no es sólo la masacre, sino la actitud de cambio decisiva de salir a las calles a expresar su inconformidad, que fue lo mismo que pasó en el terremoto del 85 y se repite en el 2017: es esa forma de organización “ingenua” donde, de manera intuitiva, las multitudes se lanzaron a las calles a dar solución a una emergencia: eso es lo que no debemos olvidar: esta capacidad que tenemos de organizarnos sin depender de la “autoridad”.
Entrecomillo la palabra “autoridad” porque como entte gobernante, no ha demostrado tener autoridad en nada, pese a que aparentemente, la policía y el ejército en este país “han dejado de ser represoras” (muy entrecomillado). Cambiaron la represión armada por “la mordida”, que se ha convertido en un medio cobarde para evitar una confrontación: a través de la amenaza y la represión, nos han “domesticado” volviéndonos cómplices del propio sistema que nos reprime y lo alimentamos de manera peligrosa, y como ejemplo, los edificios caídos en cada sismo que no cumplían con las mínimas normas de seguridad establecidas.
Todo viene de la mano en un proceso histórico: la represión militar de Diáz Ordaz, la represión policiaca en el régimen de Echeverría, las atrocidades de “El Negro Durazo”, tiempos donde la detención arbitraria, la tortura y desaparición, sucedían por el sólo hecho de ser jóvenes, y hasta la fecha ha cambiado poco, porque aunque existan instancias para denunciar y evitar el abuso y la violencia, más más parece que las han regulado porque las leyes están mal hechas, y a ello debemos sumar el caso omiso que las autoridades hacen en muchos casos de denuncia.
Queda mucho trabajo por delante, y por ello, no podemos olvidar el 2 de octubre ni ninguna de las masacres que le han precedido y sucedido, ni las muertes y desapariciones que ocurren cada día y que suman miles.
El 2 de octubre, no se olvida: y menos ahora.