TERREMOTO. RECUERDOS A FUTURO

(Publicado en el periódico RedSL el 11 de septiembre de 2017 http://www.redsl.mx/index.php/editorial )

Sis PORTADA

Menudo susto nos llevamos todos, presentes o lejanos, por la magnitud del terremoto que se sintió en la Ciudad de México, Oaxaca y Chiapas en los últimos minutos del jueves 7.

En las redes sociales se leyeron cientos de comentarios, dudas, sustos, preocupaciones y, no podían faltar, chistes.

Pese a que, lamentablemente, el suceso cobró sus víctimas, mortales algunas y desterradas otras, no puede compararse ni por asomo a los efectos devastadores del terremoto de 1985, aún cuando éste hubiera sido más fuerte y largo.

Llamó mi atención esta vez un punto radicalmente diferente en las reacciones de la población que, aparentemente preocupada por la seguridad de sus allegados, se limitaron a escribir en sus muros la palabra “repórtense”, en espera de que todo mundo escribiera que había sobrevivido y con ello, sentir tranquilidad.

Se por experiencia que en caso de verdadero siniestro, lo último que hace una víctima, será estarse reportando, ya sea porque no hay tiempo para ello, no hay los medios o ya no se reportará nunca más (sería fantasmagórico que alguien escribiera: “no, pos ya me morí”).

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Sin embargo, como casi todos sentimos que estábamos bien, esta vez fueron pocos quienes se solidarizaron con quienes no lo están: pocos centros de acopio, poca ayuda enviada y pocas manos ofrecidas.

No puedo olvidar (ni olvidaré nunca) la catástrofe del 85 y la manera en que, con pocas excepciones, nos lanzamos a las calles a hacer lo que estuviera en nuestras manos, haciendo cosas que ni siquiera sabíamos que podíamos hacer.

En ese momento no teníamos la sensación de certidumbre, a veces falsa, que nos brindan las redes sociales, no había teléfonos celulares ni Internet y las líneas telefónicas no funcionaban o lo hacían de manera limitada, así que había que “tomarse la molestia” de trasladarse hasta la casa de cada quién para saber si aún estaban y en qué condiciones.

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Fue terrible y hermoso al mismo tiempo: recorrer las calles y mirar los edificios que parecían llorar entre vidrios rotos y cortinas movidas por el viento, escombros, fierros retorcidos, mucho polvo y un penetrante olor a muerte que borraba de nuestra mente la idea de un futuro, pero al mismo tiempo, ver a la gente que hombro con hombro hacía lo que estaba en sus manos para rescatar a quien se pudiera: “todos para uno”, y en cuanto salvaban a alguien, el rumor de la victoria nos alimentaba de esperanza esparcido de boca en boca.

Una más, una persona que quién sabe quien era, a quien no conocíamos ni sabíamos nada, pero se había salvado. Una de entre, tal vez, veinte millones era muy importante.

Obviamente no todas las personas participaron. Hubo muchas excepciones que por fortuna, eligieron no estorbar.

Los estorbos, las barreras, los tropiezos de ese momento, vinieron de otro lugar: el gobierno.

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Es claro que no supieron qué hacer: no había un plan de contingencia, no había manera de evacuar, nadie estaba preparado y los tomó por sorpresa en uno de los momentos de peor crisis económica de nuestra historia.

Le gente tomamos las calles y el control de la situación; la policía actuaba en sinergia con la ciudadanía y las empresas brindaban lo que pudieran para ayudar: maquinaria, equipo, personal, instalaciones: las universidades privadas funcionaron como centros de acopio de víveres, ropa y agua y aportaban -literalmente- toneladas de comida diarias; los hospitales y centros de salud atendieron gratuitamente y enviaron personal y medicamentos a las zonas afectadas.

Pero llegó el momento en el que el gobierno se desatolondró y comenzaron los problemas: el ejército y la policía ya no colaboraban con la población sino contra ella: acordonaban zonas, limitaban los accesos y coptaban los intentos de rescate y entonces, todo se fue al traste bajo el pretexto de “evitar el vandalismo”. Los donativos provenientes de otros países fueron acopiados y vendidos en otras ciudades y terminó uno de los más grandes momentos en la historia donde la organización social provino directamente de la población.

No intento sólo hablar de recuerdos y glorias, sino hacer un llamado a la reflexión acerca de cómo sobrellevar otros cataclismos, que especialmente en nuestro país, son eventos comunes.

¿Será suficiente conformarnos con donar -si acaso- dos latitas de atún?

20 sep. 1985

No. Tanto en catástrofes como en la cotidianidad, necesitamos recuperar ese “hombro con hombro” que un día demostramos que se podía hacer. No será tarea fácil porque parecería que la des organización social hubiera sido planeada, ejecutada y pulida a través de los años en beneficio de un sistema más que corrupto: los jóvenes hacen sólo por los jóvenes, los adultos mayores esperan que alguien, mágicamente haga por ellos, las izquierdas debaten pura pendejada y la derecha se preocupa más por ver con quién cogemos, que por cualquier cosa que signifique amor al prójimo.

Esta vez nos salvamos pero estuvo cerca.

Para que exista una verdadera solidaridad que nos permita sobrevivir, no podemos quedarnos a esperar otro cataclismo. La solidaridad y la empatía son como músculos: si se ejercitan, se desarrollan y crecen; si no, se atrofian.

¿Seremos capaces de responder ante otra catástrofe?

Sis FINAL

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